HISTORIA DE UN AMOR FRUSTRADO

Monday, February 06, 2006

CUANDO LA VICTIMA ES OTRO

Al filo de la navaja: CUANDO LA VÍCTIMA ES OTRO
[José Luis de Vilallonga, EL PERIÓDICO, 5 Feb. 2006.]
Hoy traigo al blog un artículo de prensa escrito por el aristócrata JOSÉ LUIS DE VILALLONGA, un "bon vivant", seductor y mujeriego... ¡En cierta medida, nadie escapa a las diabluras de las mujeres...!
Uno siempre anda por la vida buscando a SOL pero por lo general tenemos que contentarnos con algún que otro sucedáneo. ¿Quién es Sol? Un ideal que como todos los ideales tiene la consistencia de un sueño. Entre los sucedáneos de Sol hay de todo. Admirables y atribuladas madres de familia, empresarias de horca y cuchillo, exquisitas gastrónomas de mantel fino, obstinadas habladoras de esto y aquello, manipuladoras de peligrosos silencio, amantes de rayo y fuego, frígidas estatuas de singular belleza, intuitivas compañeras de nuestros viajes interiores, pelmazas espeluznantes, divinas mujeres inspiradoras de algunos de nuestros fracasos, entrañables cómplices de ciertos obcecados mutismos y delicados espíritus que resplandecen como caídos del cielo una noche de luna.
Entre los sucedáneos de Sol, ya digo, hay de todo. Ya muy entrada la vida, uno cae en la melancólica tentación de clasificar los recuerdos en diferentes categorías: piedras preciosas, piedras de imitación y vulgar bisutería. Pero siempre hay que reservar un rincón de la memoria en donde aparcar, lejos de todo lo demás, el recuerdo de aquellos seres que nos han marcado para toda la vida a punta de cuchillo, como esas iniciales entrelazadas que los enamorados gravan (sic) en la corteza de los árboles.
Fellini se jactaba de haber conocido personalmente a su ángel de la guarda. Curzio Malaparte -no olvidemos que el toscano era un mentiroso de altos vuelos- me contó en Capri que él se había encontrado en Londres con Cagliostro, pero no con el Cagliostro de Orson Welles, sino con el verdadero, el que ayudaba a Luis XIV a componer sus relojes. Arhur Koestler me explicó durante una cena en París, apenas unas horas antes de que se suicidara, que cuando le iban mal las cosas, invocaba al diablo y que éste se presentaba de inmediato a poner orden en sus problemas... Yo, por mi parte, sólo puedo presumir de haber conocido de cerca al Mal Absoluto. Lo encarnaba una mujer que nadaba en la infamia como un pez en el agua. Voltaire le escribió en 1754 a madame de Lutzebourg "que el mal llega volando y se marcha cojeando". El Mal Absoluto al que yo me refiero nunca cojeó en mi presencia. Pisaba fuerte y hablaba con estudiada cautela pesando la gravedad de cada una de sus falacias. Nunca me dijo "je t'aime", porque se contentaba con murmurar "tu me plais". Y lo decía enseñando los dientes, como un lobo estepario. Al cabo de tantos años, sigo preguntándome si no fue una gran suerte el haberme asomado al vertiginoso vacío del precipicio hacia el cual me empujaba aquella mujer y del que pude apartarme en el último momento.
Cuando la conocí por primera vez, Cora Couturier -su verdadero nombre, naturalmente, no era ése- era ya considerada como una de las "grandes dames" del teatro francés. Yo venía de escribir mi primera obra, Le jeu de la verité, y Pierre Fresnay, que fue el primero en leerla, me aconsejó que la llevara de su parte a la Couturier, quien tenía su teatro propio en los bulevares de París. Le mandé el manuscrito sin albergar grandes esperanzas, pues sabía que tenía ya tres o cuatro obras medio apalabradas antes que la mía. Cuando me recibió en su camerino, se estaba embadurnando la cara con una espesa crema blanca. Me miró en el espejo y me dijo: "Ésta es la cara que ven mis amantes cuando se acuestan junto a mí por la noche". Fuimos amantes dos días más tarde y Cora montó mi obra en el Théâtre du Gymnase. Fue una larga, sombría y excitante pesadilla.
Durante la primera noche que pasé junto a ella descolgó el teléfono a las tres de la madrugada y la oí susurrar: "Daniel, despierta... Tengo algo importante que decirte... Lo nuestro se ha acabado... ¡No gristes! Sí, está aquí conmigo, en la cama... No, no se trata de que haga el amor mejor que tú... Además, el amor lo hago yo... Ven mañana a recoger tus cosas y no te olvides de llevar tus apestosas pipas...". Así empezó entre Cora y yo una larga historia de amor/odio rebosante de traiciones, celos, engaños, arrebatos de pasión y excesos crepusculares.
Dos meses después Cora se estrenaba en el gran papel femenino de Le jeu de la verité, una historia situada en los años 40. Pero, obsesionada por la bastedad de sus tobillos, Cora exigió que la acción se desarrollara a principios del XIX, lo que le permitía llevar vestidos largos. Durante los ensayos se desencadenó el infierno. Cora no soportaba a su lado en escena a una actriz más joven que ella. Tuve que reinventar papeles y situaciones que alteraron profundamente el sentido de la obra. La noche del estreno, una gran ovación saludó la actuación de Lucien Nat, en el papel de un anciano cínico y gruñón. A Cora se la aplaudió correctamente, pero sin gran convicción. "Estamos perdidos -murmuró el director- madame Couturier nunca aceptará que a monsieur Nat le aplaudan más que a ella".
Aquella misma noche, antes de que se levantara el telón, entraron en el camerino de Cora, François Perier y su mujer. La actriz daba frente al espejo los últimos toques a su maquillaje. Se volvió hacia nosotros y con voz fervorosa dijo: "François, esta noche vas a escuchar una obra escrita en un francés que ya nadie escribe desde Claudel y Montherlant. Yo no sabía dónde meterme. Al salir del camerino, la deliciosa mujer Parier me dijo burlona: "Tú debes de ser muy bueno en la cama". Un par de horas más tarde, caído el telón, volví al camerino de Cora y allí me encontré de nuevo con Perier y Marie Daems. Cora, pálida de rabia, les estaba diciendo: "La verdad es que siempre pensé que esta mierda de dramón era perfectamente irrepresentable".
En la clínica suiza en la que me refugié para recomponer mis nervios decidí escribir una novela que se llamaría El mal absoluto. Todavía no la he escrito. ¿A quién le interesa el mal cuando la víctima es otro?
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En resumen: un buen artículo que, en cierta medida, tiene similitudes con mi historia, sobre todo en algún que otro párrafo... Salvando las distancias, la actuación de mi "yiro" y el resultado final con la destrucción emocional que me provocó, se parecen como dos gotas de agua... A Vilallonga, supongo, no lo dejó también endeudado, sobre todo teniendo en cuenta su fama de "Don Juan", dandi o Casanova... pero sí se parece como dos gotas de agua cuando afirma: "Al cabo de tantos años, sigo preguntándome si no fue una gran suerte el haberme asomado al vertiginoso vacío del precipicio hacia el cual me empujaba aquella mujer y del que pude apartarme en el último momento".
Leyendo tranquilamente mi rocambolesca historia, mi tragedia, veo que tampoco he sido el único en ser "engañado de la más vil manera". Pero como dice Vilallonga: qué importa, ¿a quién le interesa el mal cuando la víctima es otro?
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